El Bienestar subjetivo: La prioridad del siglo

Fundamentos de la Educación Emocional y Social

                                  “El hombre resume en sí una tela de contradicciones” 
Pascal

Introducción

  La sociedad ya vivió la utopía de establecer una lengua unificadora de los pueblos, de entonar una melodía global. El sueño de la cooperación colectiva parecía estar cerca de realizarse con la llegada de Internet, que redujo las distancias y horizontalizó las relaciones humanas, en un creciente proceso de inclusión digital. Internet brinda visibilidad a los individuos, que antes pasaban desapercibidos. El estudiante, el proletario, el intelectual, el político, el artista, la empleada doméstica… todos pueden estar lado a lado en las redes sociales. Pero esa voz que fue dada a cada individuo, con amplia libertad de expresión, de manera perversa discrimina al diferente, al negro, a la mujer, al homosexual, difunde y potencia discursos de odio y promueve la tribalización. En la acepción del sociólogo estadounidense Richard Sennett, tribalización es “el impulso natural, animalesco, de solidaridad con los parecidos y agresión a los diferentes”. En ese sentido se presenta la rivalidad entre las tribus virtuales, protegidas en sus burbujas y que se relacionan solo entre sí. Tienen el poder de aniquilar a un individuo, que pierde la consideración del otro como resultado de una opinión adversa publicada en las redes sociales. 

   Además de los delitos de prejuicio, xenofobia, misoginia y racismo, se destaca un agravante: noticias comúnmente vehiculadas en las redes sociales que no se comprometen con la verdad, lo que configura la posverdad, palabra que adquirió notoriedad a partir de su inclusión en el Diccionario Oxford. De acuerdo con este glosario, la posverdad “denota circunstancias en las cuales hechos objetivos tienen menos influencia para moldear la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”. Esta definición realza un aspecto fundamental del comportamiento humano: la fuerza de las emociones. Estas dirigen el modo de actuar de los individuos ante los hechos. En lo que respecta al poder que mueve a los individuos y magnetiza multitudes, afirma Henri Wallon (1879-1962), filósofo y psicólogo francés, “la cohesión de reacciones, actitudes y sentimientos que las emociones son capaces de suscitar en un grupo explica el papel que deben haber desempeñado en los primeros tiempos de las sociedades humanas: hasta el día de hoy son las emociones las que crean un público, animan a una multitud, por una especie de consentimiento general que escapa al control de cada uno. Provocan arrebatos colectivos capaces de escandalizar, a veces, a la razón individual».  Las fake news, por ejemplo, influyen en las decisiones políticas de la actualidad. 

   Esa libertad de expresión, de comunicación, ofrecida por la red, dio al hombre la oportunidad de reunirse con personas distantes, reencontrar viejos amigos, tener acceso ilimitado a las noticias globales, en tiempo real, así como a múltiples posibilidades de entretenimiento. Por otra parte, los internautas cuentan con una serie de servicios a disposición, entre ellos la videoconferencia, la comunicación rápida realizada por correo electrónico, la compra de pasajes en línea, el pago de cuentas, la posibilidad de ver conferencias, etc. Además, la oferta de productos disponibles para compra es amplia y, con tan solo un clic, se satisface la necesidad del individuo. Pero lo que gobierna esa relación en la red son los actos de concertarse y desconectarse de ella. Ese dúo – conexión/desconexión –  interfiere en la constitución de los lazos humanos, que se están fragilizando mucho. Ante cualquier obstáculo, el individuo puede excluir personas, que en poco tiempo serán sustituidas por otras. 

    Se estima, tras ese rápido examen del mundo digital, que Internet tiene un poder muy grande, tanto para la construcción como para la destrucción, lo que nos hace pensar que la lección del filósofo Heráclito, “el bien y el mal son lo mismo”  se aplica a este contexto. Por otra parte, como observó Pascal en el siglo XVII, el hombre resume en sí una tela de contradicciones. Ante esto – la maraña de contradicciones presentes en el actual momento histórico – se destaca la necesidad y la importancia de ampliar la comprensión humana, avanzar hacia una educación integral que considere, junto con la dimensión racional, de la fría lógica intelectual, la importancia de la subjetividad humana que nos gobierna para sentir y actuar.                         

   Al observar el pasado, científicos, historiadores y filósofos constatan que el ser humano pasó por mucho dolor, mucho sufrimiento resultante de aspectos básicos para la supervivencia, como la escasez de alimento, la precariedad del sistema de salud para hacer frente a las enfermedades y las pestes y a la ausencia de medicamentos capaces de sanar problemas que, actualmente, se consideran sencillos. 

   Siendo así, el trinomio guerra, peste y hambre representó la sombra funesta de la muerte en el pasado de la humanidad. Además de los dolores de las guerras, el hambre asoló a millones de personas. En Europa, como resultado de las grandes inundaciones y del clima adverso, plantaciones enteras fueron devastadas e hicieron que muchas familias murieran de hambre. Durante el reinado de Luis XIV, el 15 % de la población francesa murió de hambre. La peste negra exterminó 1/3 de la población europea. La viruela y la gripe española mataron a millones de personas, lo que provocó dolor y sufrimiento a la población. Ciudades enteras fueron exterminadas. En su libro La peste, Albert Camus hace una reflexión filosófica sobre la condición humana relativa a las pestes. Afirma que “los flagelos, en realidad, son algo común, pero es difícil creer en ellos cuando se ciernen sobre nosotros. Hubo en el mundo tantas pestes como guerras. Sin embargo, las pestes, como las guerras, encuentran siempre a las personas igualmente desprevenidas”. 

  Sabemos que, además, existen focos de hambre en algunos países, si bien es cierto que los mismos resultan de motivos políticos, de la incompetencia logística para ofrecer alimentos a las poblaciones más carenciadas, de la inadecuada distribución de ingresos, de la falta de honestidad, de la incapacidad y de la no capacidad de producción de géneros alimenticios. En contrapartida al hambre, actualmente las personas mueren más por obesidad. En su libro Homo Deus, Yuval Harar recuerda que “en el 2010, el hambre y la subnutrición combinadas mataron a aproximadamente un millón de personas, mientras que la obesidad mató a tres millones”. Poco a poco, la humanidad fue superando las adversidades, y el sufrimiento por ellas producido se redujo.

  Al cotejar estos momentos el tiempo, observamos que actualmente los malos tratos cambiaron de lugar: nacen de la falta de conexión de los individuos con sus semejantes, de la soledad, del alto nivel de ansiedad, de la pérdida de sentido en la relación con el otro, que culmina en una cantidad elevada de suicidios. Se deduce, por lo tanto, que la gran negligencia histórica fue la indiferencia con que se trató el bienestar subjetivo. Esa realidad debe ser abordada con mucho cuidado y transformarse en el mayor desafío de la educación de este siglo. A partir de ahora, el bienestar subjetivo se transforma en el principal punto a tratar en la agenda de la humanidad.

  La revolución científica y las contradicciones del progreso

  El gran avance se dio a través de la revolución científica, cuando el hombre tomó conciencia de su ignorancia y pasó a usar el empirismo como medida para solidificar los nuevos conceptos investigados. Hubo, en esa época, una ruptura con la Iglesia, que hasta entonces tenía el dominio del conocimiento. Pensadores como Isaac Newton, Galileo Galilei, René Descartes, Francis Bacon, Nicolau Copérnico y Louis Pasteur fueron responsables de las grandes innovaciones en el campo científico.

  El encantamiento producido por la idea de progreso, que fue la base de las revoluciones industriales, a partir del siglo XVIII se centró en el deseo de brindar bienestar a todos. La energía eléctrica, las fábricas, los automóviles, los aviones, las vías férreas, el teléfono, la televisión, las vacunas, los antibióticos y tantas otras conquistas facilitaron la vida de la gente, brindaron comodidad al ama de casa, al empresario, longevidad a todas las personas, redujeron la mortalidad infantil. Estos beneficios amenizaron muchas dificultades humanas, pero no aseguraron el bienestar subjetivo, la felicidad de las personas.

  Las revoluciones industriales culminaron en una sociedad de consumo marcada por la supuesta levedad que acabó revelando un doloroso peso. En opinión del filósofo francés Giles Lipovetsky, la sociedad presenta actualmente una paradoja: “Al principio, el automóvil era un instrumento ligero. Actualmente, cuando uno anda en un vehículo, necesita enfrentar congestionamientos. Eso es pesado. Tenemos el peso de las cosas que vuelven. Esta vez, no como decía Nietzsche, el peso de la metafísica y de los dioses, sino el peso de la abundancia y del aumento del consumismo”. Otro símbolo de la levedad son los smartphones, usados para conversar con amigos, para juegos, así como para acceder a noticias y películas. De esta manera, la gran mayoría de las personas, conectada a las redes de comunicación, sigue con el peso del aislamiento y con la ilusión de escapar del tedio.

    Otra dimensión que se destaca en nuestros días es la velocidad de los acontecimientos. Lo inesperado nunca estuvo tan presente en nuestra vida. “Y cuando lo inesperado se manifiesta, es necesario ser capaz de rever nuestras teorías e ideas, en vez de dejar que el hecho nuevo entre a la fuerza en la teoría incapaz de recibirlo”.  Resulta intrigante observar ese postulado de Edgar Morin que nos remite a la necesidad de invertir en la formación de los jóvenes, prepararlos para enfrentar lo imprevisible. Como señala Nuccio Ordini, profesor y filósofo italiano, en su libro La utilidad de lo inútil, en una sociedad hiperconsumista como la actual, urge rescatar el mérito del conocimiento. Dice él: “El saber se presenta por sí mismo como un obstáculo al delirio de la omnipotencia del dinero y del utilitarismo. Es muy cierto que todo se puede comprar. De parlamentarios a jueces, del poder al éxito, todo tiene su precio. Pero no así el conocimiento: el precio que hay que pagar para conocer es de otra naturaleza”. 

  Además del estímulo a la adquisición del saber, se debe incentivar la sensibilidad en los jóvenes y en los niños, ofrecerles una excelente educación formal, prestando especial atención a todas las modalidades artísticas, a los deportes y, en particular, brindarles educación para las emociones, para la subjetividad, que considera la importancia de la imaginación, de la interioridad humana para comprender la vida. Ha llegado el momento de rescatar un aspecto que estuvo olvidado durante milenios: introducir en la agenda del futuro la constitución del bienestar subjetivo de la humanidad.

Los flagelos contemporáneos 

   Vivimos una crisis del bienestar. De acuerdo con estudios de la OMS (2015), hay 322 millones de personas depresivas en el mundo, cuya enfermedad es responsable de la incapacidad del individuo de realizar tareas cotidianas, como salir a la calle, pagar cuentas, trabajar, circular socialmente, relacionarse bien con los demás. Esta enfermedad es una de las mayores causas de suicidio entre la población mundial. Más de 800 000 personas por año se quitan la vida y esta es considerada la segunda razón de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.

  Lamentablemente, datos actualizados estiman que, en el mundo entero, medio millón de personas mueren cada año víctimas de la violencia. En el seno de las familias, a puertas cerradas, muchos niños, mujeres y ancianos sufren malos tratos, siendo que gran parte de esa realidad no es catalogada por las estadísticas. 

  El uso del poder que somete a las mujeres también explota sexualmente a niños y niñas que quedan psicológicamente mutilados por el abuso. En las calles, ya sea encubierta por las sombras de la noche o a plena luz del sol, la delincuencia juvenil se disemina. Algunos se reúnen en pandillas y cometen pequeños delitos, pero otros están vinculados al crimen organizado: el choque entre el narcotráfico y la policía también resulta en muchas muertes, miedo y sufrimiento. En algunas ciudades del mundo, se disparan armas que victiman a sospechosos y no sospechosos.

  En el marco de la violencia social, se destacan los atentados terroristas, que representan mucha angustia para las poblaciones de varias partes del mundo. Movido por diferentes fanatismos políticos y religiosos y por el analfabetismo emocional, el terrorismo expone la intolerancia a los iguales, lo que produce la barbarie por medio de la muerte en masa y representa una gran amenaza para la seguridad de los individuos. Francia, Inglaterra, Estados Unidos, España, India, Turquía, Paquistán y tantas otras naciones perdieron hombres, mujeres y niños en escenas de terror. 

  En las relaciones sociales, existe todo un capítulo de dificultades: desempleo, cierre de fronteras a los inmigrantes, vuelta a nacionalismos exacerbados, fortalecimiento extremista y radical de derecha e izquierda. A esa lista de obstáculos se suma la incivilidad en los gestos, la falta de respeto a los derechos humanos. Al analizar nuestro tiempo, Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco, denominó Retrotopia a las nuevas tendencias de la civilización. Ese es el título de su obra póstuma. De acuerdo con su análisis, la retrotopia configura una actitud de desvalorización del presente y del futuro y de idealización del pasado. Es lo contrario de la utopía, soñada por Thomas Morus. Z. Afirma Bauman: “el futuro (en otros tiempos la apuesta segura para la inversión de esperanzas) tiene cada vez más sabor de peligros indescriptibles (¡y recónditos!). Entonces, la esperanza, enlutada y desprovista de futuro, busca abrigo en un pasado en otros tiempos ridiculizado y condenado, morada de equívocos y supersticiones. Con las opciones disponibles entre ofertas de tiempo desacreditadas, cada cual cargando su parte de horror, el fenómeno de la «fatiga de la imaginación», el agotamiento de opciones, emerge”.  En otras palabras, la idea de imprevisibilidad esparce el terror, acentúa la desilusión entre los hombres contemporáneos y ellos buscan soluciones para los problemas actuales en las fórmulas usadas en un pasado remoto, en vez de engendrar un proyecto para el futuro. Existe una crisis de optimismo y esperanza. La memoria de un tiempo pretérito es movediza, difusa, cargada de subjetividades, mezcla de recuerdos y olvidos. Para la construcción del mañana, es necesario rescatar la esperanza, como afirmó Heráclito (535 a.C. – 475 a.C.), filósofo presocrático, “sin la esperanza, el hombre no encontrará lo inesperado”.  Del mismo modo, la formulación de M. Heidegger (1889-1976) nos proyecta en el futuro: “El comienzo no se encuentra detrás de nosotros, sino que se construye ante nosotros”. 

  Por otra parte, al analizar el mundo contemporáneo, Adorno, Theodor y Horkheimer expresan, en la obra Dialéctica de la Ilustración: la sociedad “en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, está hundiéndose en una nueva especie de barbarie”.  Tal retroceso antropológico asociado al progreso histórico ya había sido observado por Jean-Jacques Rousseau, en el siglo XVIII. Poseído por el sabor de las conquistas, el hombre sofocó determinados valores como la bondad, la solidaridad y el altruismo, lo que dio lugar a la barbarie. Esas realidades nos muestran que, junto con las victorias, también existen las pérdidas.

   Al constatar las pérdidas fundamentales que tuvieron lugar durante los últimos tiempos en el campo de la educación, Jiddu Krishnamurti (1895-1986), filósofo y educador hindú, afirma: “la educación moderna redundó en un completo fracaso, por haber exagerado la importancia de la técnica. Encareciéndola en demasía, destruimos al hombre”. Y advierte: “Desarrollando capacidades y eficiencia, sin la comprensión de la vida, sin una percepción total de los movimientos de la mente y del deseo, nos volveremos cada vez más crueles, y eso significa fomentar guerras y hacer peligrar nuestra seguridad física”.

   Se constata, con base en esas consideraciones, cuánto las revoluciones científicas y tecnológicas beneficiaron a la humanidad, pero las relaciones interpersonales aún claman por cuidados. Los conflictos en los matrimonios, en el seno de las familias, entre padres e hijos, el dolor psicológico y el malestar subjetivo son el gran desafío que debe estar presente en la agenda de la humanidad de aquí en adelante.

La reforma del pensamiento: la visión poliocular y los reflejos en la educación 

 A partir del paradigma de la complejidad, y de acuerdo con las sabias consideraciones de Edgar Morin, “ver, percibir, concebir y pensar son interdependientes. Son términos inseparables. Es necesario tanto pensar para ver como ver para pensar. Pensar permite concebir y concebir permite pensar. Cada uno de estos términos tiene su propia carencia, su propia falta, su propio límite. El ojo de la rana no ve la forma de su presa, la mosca, pero percibe el movimiento de su vuelo. Y nosotros, ¿qué vemos? ¿Qué se nos escapa? Parece que ciertas miradas solo notan la forma y otros, solo el movimiento. ¿No debemos, entonces, hacer que las miradas se comuniquen, dialoguen? Necesitamos multiplicar los puntos de vista y las escalas para llegar a una visión poliscópica. Necesitamos tener comunicación y diálogo con miradas diferentes a las nuestras. Necesitamos una visión poliocular». 

  Esa visión se contrapone a la fragmentación del saber que compone el pensamiento linear, binario, simplificador, cuya base filosófica está en René Descartes (1596-1650), el “padre del racionalismo moderno”. El método analítico cartesiano fue y aún continúa siendo referencia científica para la comprensión de la realidad. Fundamentadas por ese método, surgieron las múltiples fragmentaciones de la realidad, a saber: la división entre el mundo material y el espiritual, la separación entre la objetividad y la subjetividad, la mente y el cuerpo, la religión y la ciencia, etc. Así, el error de Descartes fue apoyarse únicamente en la racionalidad pura. Para Edgar Morin, “Descartes no percibió la naturaleza de sujeto de todo ser vivo y situó al sujeto fuera de todo enraizamiento biológico. Operó, entonces, una disyunción entre el sujeto reflexivo y el cuerpo, lo que instituyó una separación paradigmática entre la res cogitans (la cosa pensante) y la res extensa (el cuerpo)”.

  La visión lineal fracasa, no logra abarcar la complejidad de los fenómenos humanos y sociales. Nos encontramos ante el desafío de reformar el pensamiento y, como afirma Morin, reunir los conocimientos separados y ser capaces de abarcar la paradoja de la unidad y de la multiplicidad, sus relaciones interdependientes y la impermanencia. Cabe también señalar el carácter recursivo del pensamiento complejo. Una vez más, Morin, al hablar de la causalidad recursiva, usa la simbología del árbol cuyas ramas tocan el piso y, a su vez, se convierten en raíces, de donde nace un nuevo tronco. Dice él: “El pensamiento complejo es recursivo. También se alimenta de sí mismo y se recrea todo el tiempo. Al descubrir mi método, se volvió sobre mi pensamiento, obligándome a pensar en sus consecuencias políticas, pedagógicas y filosóficas. Produje un método que, a su vez, me produjo a lo largo de la vida”.  El concepto de recursividad, de la misma manera, fue observado en la Cibernética —ciencia que estudia los mecanismos de comunicación y de control en las máquinas y en los seres vivos— por el austríaco Heinz von Foerster (1911-2002), lo que amplió la comprensión del paradigma complejo, resaltando la idea de que todo conocimiento debe albergar el autoconocimiento. 

 La visión de la complejidad y la comprensión de la causalidad recursiva deben estar presentes en los procesos educativos. Deben fundamentar toda la educación del futuro. Immanuel Kant (1724-1804) considera la sensibilidad como raíz de la cognición humana, o sea, la adquisición del saber no se produce de forma fría, neutra, sin subjetividad. Al tener en cuenta esa ausencia de neutralidad, Kant pone de manifiesto al sujeto del conocimiento, sus posibilidades y fronteras. A partir de la observación de Kant, Edgar Morin, maestro inigualable en las reflexiones sobre la complejidad, afirma: “No se trata de resbalar hacia el subjetivismo: muy por el contrario, se trata de enfrentar este problema complejo en que el sujeto cognoscente se convierte en objeto de su conocimiento al tiempo en que permanece sujeto”. 

  Otro refuerzo importantísimo para la reforma del pensamiento en la dirección del paradigma de la complejidad, que proyecta las nuevas bases de la educación, lo encontramos en Blaise Pascal (1623 – 1662), físico, matemático, filósofo y teólogo.  En su visión, la parte solo puede ser comprendida en función del todo y viceversa. Destaca, así, la importancia de la contextualización. De esta manera, para aprehender la constitución y el sentido de algo, es fundamental insertarlo en un contexto. En palabras de Pascal: “Y como todas las cosas son causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y todas están entrelazadas por un vínculo natural e insensible, que conecta las más distantes y las más diferentes, considero imposible conocer las partes sin conocer el todo, así como conocer el todo sin conocer particularmente las partes”.   Con base en la misma premisa, la elaboración del saber, por medio de la contextualización, debe abarcar las diversas dimensiones del aprendiz, o sea, sus cuestiones emotivas, materiales y no solo mentales.

     Este punto de vista multiocular ya se entrevía en las reflexiones de Georg Wilhem Friedrich Hegel, filósofo alemán. En sus estudios, está presente la dialéctica en que la contradicción no se niega, sino que se considera parte intrínseca del propio movimiento de pensar. Él afirma “que existe otro concreto más allá de la experiencia existencial, que es el de la complejidad que percibe diversas caras de una misma realidad, inclusive la contradictoria”.  La conclusión a la que se llega, a partir de Hegel, no es el fin del movimiento reflexivo, sino el comienzo de un juego que nunca termina.

De la antropología freudiana a las profundidades del alma humana en la literatura

  En la búsqueda del conocimiento, del saber, de la comprensión de lo real por el sesgo de la complejidad, es preciso, igualmente, considerar las atribuciones freudianas y de las grandes obras literarias, tanto en prosa como en poesía.

  Freud investiga el aparato psíquico en el sondeo de la subjetividad humana. Identifica los conflictos, la lucidez y la locura, las sombras, los sueños, las cavernas más profundas del hombre, los demonios presentes en cada uno, en la relación consigo mismo y con el mundo. Sus estudios develan muchos misterios de la naturaleza del hombre, en su multiplicidad y unidad. 

  En la línea de la investigación de la condición humana y particularmente de la psiquis, encontramos, también, la literatura, que junto con la ciencia revela al ser humano. En ese sentido, Dostoievski afirmó: “Con un realismo pleno, descubrir al hombre en el hombre… Me dicen psicólogo: no es verdad, soy tan solo un realista en el más alto sentido, o sea, retrato todas las profundidades del alma humana”.  Quien lee Crimen y Castigo, una novela psicológica de Dostoievski (1821-1881), escritor y filósofo ruso, es capaz de penetrar en el universo sombrío de Raskolnikov, atormentado por la culpa, como consecuencia del crimen que cometió. Dostoievski hace un análisis quirúrgico de la mente oprimida, de las fantasías, de los miedos absurdos, de la opresión psicológica.

  También en la literatura, Marcel Proust (1971-1922) y su ejemplar obra En busca del tiempo perdido, revela la profunda percepción del alma y de los sentimientos humanos. En su narrativa, Proust hace avances y retrocesos temporales, largas digresiones y extensiones, oportunidad para que el lector se refleje en la obra leída y pase a comprenderse a sí mismo y la complejidad que implica la condición humana.

  Son muchos los poetas, dramaturgos y prosadores que sacaron a la luz dimensiones humanas extremadamente sensibles y revelaron los punzantes dolores y sufrimientos del ser humano. Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Mallarmé, Shakespeare, Cervantes y tantos otros representaron en sus obras una estrategia de liberación del espíritu por medio de la sublimación de los deseos más íntimos o por la expansión del inconsciente. La poética toca al hombre en su delicada emoción, es compañera en la soledad, es epifanía. Muchos son los caminos visitados por los poetas que resuenan en lo más profundo del lector.

Filósofos, psicólogos, literatos y artistas cosieron el telón de fondo de nuestras reflexiones y revelaron la necesidad de un nuevo enfoque educativo, en el sentido de una educación integral, fundamentada en el bienestar subjetivo.

   La Educación Emocional y Social 

  En virtud de las altas tasas de depresión, ansiedad, suicidio y sufrimiento interno humano, las prioridades de la humanidad están cambiando. Como sabemos, las transformaciones culturales ocurren a partir de la educación que, actualmente, camina hacia una línea libertadora, que da cabida a la diversidad. Si miramos alrededor del mundo, observamos ejemplos concretos de este cambio. 

 Hay países que intentan rescatar las alegrías de la infancia, infancia esta que es el pilar de toda la existencia. Así, ya existen escuelas que no están apuradas por enseñar letras y números a los pequeños. En estas instituciones se comprende la importancia de proporcionar al niño la oportunidad de jugar, de socializarse, de ser feliz, usando como recursos pedagógicos mucha música, juegos y varias actividades lúdicas. Otras escuelas innovan las costumbres con el intercambio de la tradicional fragmentación de los contenidos por temas multidisciplinarios. Ante la perspectiva del paradigma de la complejidad, estas escuelas ya fomentan la necesaria y fundamental transición del pensamiento lineal cartesiano, separador y disyuntor, para la comprensión de que todo está interconectado y es dependiente, y que el conocimiento no es compartimentado. Existen escuelas aún más osadas, que modifican el espacio físico escolar. En lugar de los usuales salones de clase cerrados, con pupitres en hileras, los educandos se agrupan en espacios abiertos y los pupitres se sustituyen por muebles más cómodos y dispuestos de manera de sugerir más aproximación, diálogo y cooperación. 

  En contrapartida a estos modelos maravillosos de educación, existe otra realidad que prevalece en el mundo: la de los niños y adolescentes que viven en situaciones de riesgo, desintegración familiar, abandono y negligencia de los padres. 

  Al constatar estas dos realidades, se resalta el importantísimo papel de la Educación Emocional y Social, con el objetivo de atender no solo a los niños recibidos en escuelas bien estructuradas y con propuestas pedagógicas innovadoras, sino también, y principalmente, al enorme contingente de niños y jóvenes maltratados en la familia y en la sociedad, para quienes la escuela representa la única oportunidad de canalización social y profesional. 

  Hay niños, jóvenes y adultos que no logran concentrarse, ni en las clases ni en su diario vivir. Están impregnados de emociones incómodas como la rabia, los celos, el miedo, la culpa, la ansiedad, el rechazo, en fin, todas esas emociones que necesitan ser concientizadas y reguladas para conducir a comportamientos creativos y constructivos. Si no existe un proceso educativo y orientador, esas emociones desagradables podrán bloquear el aprendizaje, en la escuela y en la vida, con lo que se reforzarán altas tasas de analfabetismo emocional, de sufrimiento físico y mental, de subdesarrollo y de violencia en la familia y en la sociedad.

   La constatación de los conflictos, de los dolores psicológicos, de las múltiples formas de violencia que intoxican la vida de los individuos pide una nueva intervención educativa. Para esa operación, estudiosos de la Educación Emocional y Social de varias partes del mundo aúnan esfuerzos de investigación y desarrollo de programas para cumplir con el punto más importante de la nueva agenda de la humanidad: el bienestar subjetivo.

     Siendo conscientes de que las emociones orientan todos los actos humanos, de que por medio de ellas vamos a la guerra o construimos la paz, se destaca el imperativo de la Educación Emocional y Social, que podrá brindar paz y armonía a los individuos y regenerar valores fundamentales para una convivencia cohesiva y sana entre las personas. Podrá aquietar y apaciguar nuestras afligidas mentes, necesitadas de significados más profundos del acto de vivir.


JOÃO ROBERTO DE ARAUJO es fundador y creador de oportunidades de 50-50 SEL Solutions. Tiene 74 años de edad y fue pionero en los procesos de desarrollo de competencias socioemocionales en Brasil, país en el que actuó durante treinta años. Creó material pedagógico que fue utilizado por aproximadamente 700 000 alumnos y 20 000 educadores. Actualmente reside en París, Francia, donde lleva a cabo su trabajo de educación socioemocional en escuelas francesas.

Tiene el sueño de encontrar socios para “hacer juntos” y “ser un puente” entre los desafíos de la convivencia humana y los recursos de las competencias socioemocionales. Trabaja para presentar la propuesta de 50-50 SEL Solutions en todo el mundo.

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