09 Nov 2022 | Artículos
Reflexiones sobre las crisis: por una crisis
Aquellos que miran el mundo se dan cuenta de que estamos viviendo en tiempos de inestabilidad e imprevisibilidad. Además, las viejas estrategias de control, de devolver al mundo a un supuesto «equilibrio», parecen tener cada vez menos efectos. Los valores se han transformado rápidamente, desafiando conceptos únicos de lo que es «bueno», «hermoso» o «correcto». En otras palabras, estamos viviendo una gran crisis. Pero eso no necesariamente tiene que ser malo.
En la década de 1960, Edgar Morin, estudiando las crisis de la vida cotidiana, desarrolló la «teoría de las crisis», o «pour une crisologie«, en la que amplió el concepto de crisis, concluyendo que la sociedad debe ser un sistema capaz de apoyarlas y elaborarlas.
Morin considera que la sociedad y las producciones humanas se crean de manera recursiva y dinámica: son sistemas abiertos a innumerables influencias, en los que el individuo-sociedad-cultura se producen mutuamente. Por lo tanto, debido a que hay muchos factores que se mueven e influyen entre sí simultáneamente, a veces en las mismas direcciones, a veces en direcciones opuestas, la crisis se convierte en un ingrediente fundamental. El sistema social es incierto sobre su futuro, no tiene equilibrios estáticos, siempre rompe las continuidades y se bifurca.
Es necesario considerar la organización y la desorganización, la complementariedad y el antagonismo juntos, en lugar de separarlos y oponerse directamente. La complejidad (el mismo fenómeno con muchos lados que se comunican e influyen entre sí), según esta concepción, es lo que nos obliga a asociar, de manera complementaria, concurrente y antagónica, nociones que aparentemente deberían ser excluidas. Cualquier intento de negar o simplificar demasiado un fenómeno complejo incurre en «errores» e «ilusiones». Por lo tanto, las crisis son necesarias para ampliar nuestra comprensión y mejorar la coordinación de nuestras acciones conjuntas, nuestra convivencia, incluso si sus resultados pueden ser inciertos.
El concepto de crisis emerge así como visiblemente más lleno de posibilidades que la idea de perturbación, problema o decadencia; También es más rica que la idea de desorden, porque lleva dentro de sí perturbaciones, trastornos, desviaciones, antagonismos, pero también, al mismo tiempo, valora tanto las fuerzas de la vida como las de la muerte, dos caras del mismo fenómeno.
En crisis, se estimulan procesos casi mágicos (causalidades inesperadas y sorprendentes), rituales, mitologías, así como procesos inventivos y creativos. Todo esto está entrelazado, y tanto el desarrollo como el resultado de la crisis se vuelven aleatorios.
Los procesos críticos (crisis) no aseguran en sí mismos un cambio positivo o un aumento de la complejidad, ya que también contienen la posibilidad de producir un retroceso y/o un aumento de la rigidez, es decir, la reducción de las posibilidades de acción, comprensión o existenciales. Sin embargo, es en estos procesos que se abren brechas y oportunidades para la innovación y el surgimiento de nuevas cualidades, sentidos y significados.
Articular la coexistencia (productiva) de diversas culturas participativas, apreciar el poder y la riqueza de las dinámicas de grupo – intensas y conflictivas – y la gestión participativa de objetivos compartidos requiere dinámicas y dispositivos que gestionen la turbulencia y sean capaces de acomodar la complejidad. En principio, requiere tanto la producción constante de consenso como la incorporación de un enfoque apreciativo de las diferencias (de valores, concepciones, intereses, estilos personales, sistemas de creencias) que articule la diversidad y promueva la confluencia en sueños compartidos. ¡Las crisis pueden hacernos soñar juntos!