05 Dec 2022 | Artículos
De la hybris griega a la corrupción contemporánea
En uno de sus poemas, Manoel de Barros escribe que, si una palabra se repite tanto, pierde su significado. Manteniendo las proporciones, este «juego poético» se puede aplicar a conceptos filosófico-políticos. «Comunismo» y «fascismo» son dos ejemplos recurrentes. Y la palabra «corrupción» no queda fuera de esta lista.
La trivialización de este concepto puede ser imprudente de muchas maneras, desde cometer la falacia de la generalización apresurada (todo político es corrupto) hasta acusar a alguien o alguna institución sin pruebas sólidas. Por esta razón, es necesario profundizar esta reflexión. Y un primer paso puede ser la etimología de la palabra.
La expresión tiene un origen teológico, aunque no aparece literalmente en la Biblia. Agustín, filósofo de la época medieval, fundamento conceptual del cristianismo, subrayó en una carta a San Jerónimo que el ser humano vive en una situación de corrupción. El origen es: corazón roto o pervertido. El pensador recuerda el Génesis: «La tendencia del corazón es desviada desde la más temprana edad» (8:21). Immanuel Kant, ya a finales del siglo XVIII, está de acuerdo con Agustín sobre la «naturaleza humana» al afirmar que hay algo en nosotros que nos lleva a la desviación. Pero afirma que es posible combatir esta inclinación por medio del imperativo categórico, el deber interno de la razón que todos los seres humanos poseen a priori.
Volviendo cronológicamente a la antigua Grecia, es permisible establecer un paralelismo entre la corrupción y la noción de hybris. Sintéticamente, esta palabra significa «desmesurado». En términos generales, para los antiguos griegos, hay una racionalidad que gobierna el cosmos y todo lo que amenaza este orden debe ser castigado. Comencemos con el hybris aplicado al teatro, más específicamente en la tragedia.
El héroe trágico se interpone entre el hombre y los dioses y se glorifica a sí mismo a través del exceso, lo desmesurado. Al tratar de satisfacer su deseo, es castigado y causa una erupción de sentimientos en la audiencia. Es precisamente en este momento que entendemos la función de la tragedia como un componente cívico. El héroe trágico representa la falta de moderación que termina en sufrimiento. El hombre griego ve en esta figura su propio dolor. El sujeto reconoce sus errores y sus límites y trata de superarlos a través de la catarsis, a través de la purificación. De esta manera, el individuo se siente igual a los demás, perteneciente a la colectividad, y alcanza un grado de templanza, la medida justa, el equilibrio de la acción.
En términos filosóficos, Platón afirma que para ascender al mundo inteligible (perfecto, verdadero, eterno), el ser humano debe alejarse de las emociones y sentidos desmesurados. Por lo tanto, no podía dejarse guiar por el hybris de los placeres. Hybris sería una especie de falta de respeto humana por su propia naturaleza, que es el ejercicio moderado de la racionalidad. O mejor dicho, de autogobierno racional. Platón acerca la idea de medida a la de justicia, que aquí nos interesa mucho: la corrupción, ya sea pública o privada, está directamente relacionada con la ingobernabilidad instintiva y, sobre todo, moral. El individuo temeroso es sólo porque domina sus deseos, entre ellos la codicia.
Hay varios enfoques posibles de la relación entre la educación y la corrupción. Platón mismo enseña que sólo quien conoce la esencia de la Justicia actúa con justicia. En otras palabras, Platón crea un estrecho vínculo entre la epistemología (teoría del conocimiento) y la ética. En la época contemporánea, una de las teorías más famosas sobre el desarrollo moral vinculado al ámbito cognitivo fue presentada por el psicólogo Lawrence Kohlberg.
A partir de entrevistas con niños de diez a dieciséis años, el psicólogo estadounidense desarrolló su teoría, que tiene tres niveles. En el nivel 1, que llamó «Preconvencional», hay dos etapas. En la primera, el comportamiento está orientado a evitar castigos. En el segundo, el individuo es egoísta y sólo sigue las normas con vistas a sus propios intereses. En el nivel 2, llamado «Convencional», también hay dos etapas. En el primero, las nociones morales como el bien y el mal están guiadas por la convivencia social, por reglas colectivas determinadas por las personas y la autoridad. Aquí, lo más importante es estar a la altura de las expectativas morales del otro. En la segunda etapa de este nivel, la más relevante es el mantenimiento del orden establecido por la autoridad. Finalmente, en el nivel 3, «Post-convencional», también tenemos dos etapas. En la primera, lo que prevalece es una especie de «contrato social», en el que el sujeto moral actúa sobre la base de parámetros sociales establecidos democráticamente. La convención toma el lugar del mandamiento. En la segunda etapa del tercer nivel, el más importante para Kohlberg, emergen los «Principios Éticos Universales». Aquí la persona trasciende convenciones y leyes contingentes para buscar principios de igualdad y dignidad válidos para todos los seres humanos. Esta noción está muy cerca de la ética kantiana del mencionado Imperativo Categórico y su intersección con la noción de la dignidad de la persona humana, también del mismo filósofo.
Tanto para Platón como para Lawrence Kohlberg (y varios otros), la educación es el medio más potente para fines moralmente altos. Sin embargo, llegar a la sexta etapa propuesta por Kohlberg, una ética universal y fraterna, no es tarea fácil. Por lo tanto, no basta con hablar de educación en el sentido tradicional, sino que es necesaria una educación crítica y, al mismo tiempo, liberadora, con énfasis en cuestiones éticas. También es necesario destacar la importancia de la educación socioemocional para evitar la «ruptura del corazón».
Sí, el manejo emocional es un antídoto para que cualquier ser humano comprenda sus propias emociones y las maneje mínimamente para mejorar la vida saludable. La codicia, por ejemplo, la raíz de la corrupción, se puede resolver en varios niveles. Para ello, es necesaria una política de implementación de currículos y conocimientos que contemplen esta área de conocimiento. Si en las escuelas se ponen en práctica habilidades para el autoconocimiento y la convivencia, que implican responsabilidad, colaboración, comunicación, creatividad, autocontrol y altruismo, es muy probable que, en un futuro no muy lejano, los índices de corrupción disminuyan considerablemente.